Era un leñador que todas las mañanas temprano iba al bosque a talar árboles, para conseguir los medios necesarios para mantener su humilde familia.
Una mañana cuando fue a coger el hacha para irse al bosque, no la encontró. Al tratar de recordar donde la puso el día anterior, todo parecía confuso a excepción de un echo que le salto con fuerza en su mente. La tarde anterior, cuando estaba oscureciendo, el partía unos leños para preparar la cena, momento en el que cayo en cuenta que el hijo de su vecino, miraba atentamente el subir y bajar de la reluciente herramienta.
En tanto seguía buscando el hacha sin resultado alguno, a su mente llegaba la fija mirada del muchacho. Su desesperación y frustración iba en aumento haciéndose insoportable. Su pensamiento en la búsqueda de un desenlace resonaba: “¿Haber si ese crío?”. Más tarde: “Ese maldito crío”. A la hora: “Nunca me ha gustado. Puede que me la dejase olvidada, entonces salto la valla, entró en mi propiedad y se la llevó”. Más tarde: “Seguro, no hay otra explicación. Ha sido el mal nacido del hijo del vecino. Pero no me extraña son toda la familia igual, además….”
Al leñador le toco enganchar el caballo al carro he ir al pueblo a comprar otra hacha. Cada vez que veía al niño o a su familia se daba cuenta de que en ellos todo era sospechoso.
Desde luego, se decía el leñador, “es un niño raro: su mirada es torva y escurridiza, su sonrisa maliciosa su aspecto hombril y huidizo. Es un miserable ladronzuelo.
Pasó el tiempo y llego el frío invierno, en el cual era necesario no solo vender leña, sino también consumirla para combatir las bajas temperaturas.
Una tarde, al coger los troncos de uno de los montones del jardín, sus manos tocaron el gélido tacto del acero. Encontró el hacha debajo de unos leños. Saltó a su memoria que efectivamente avía dejado allí su hacha en el momento que el hijo de su vecino lo saludo cordialmente, desde el otro lado de la valla. Que después cogió los leños para cocinar la cena y… Efectivamente allí la había olvidado hacía tiempo.
Desde ese día, curiosamente, el niño del vecino empezó a caerle muy simpático. Tenía una mirada cariñosa, su sonrisa era franca, sus palabra s afectivas… incluso le llegó a comentó a su mujer: “siempre me ha gustado este muchachito. Es simpático y cariñoso. No me importaría tener otro hijo si se pareciera a él”.
SAQUE USTED SU PROPIA CONCLUSIÓN.
Una mañana cuando fue a coger el hacha para irse al bosque, no la encontró. Al tratar de recordar donde la puso el día anterior, todo parecía confuso a excepción de un echo que le salto con fuerza en su mente. La tarde anterior, cuando estaba oscureciendo, el partía unos leños para preparar la cena, momento en el que cayo en cuenta que el hijo de su vecino, miraba atentamente el subir y bajar de la reluciente herramienta.
En tanto seguía buscando el hacha sin resultado alguno, a su mente llegaba la fija mirada del muchacho. Su desesperación y frustración iba en aumento haciéndose insoportable. Su pensamiento en la búsqueda de un desenlace resonaba: “¿Haber si ese crío?”. Más tarde: “Ese maldito crío”. A la hora: “Nunca me ha gustado. Puede que me la dejase olvidada, entonces salto la valla, entró en mi propiedad y se la llevó”. Más tarde: “Seguro, no hay otra explicación. Ha sido el mal nacido del hijo del vecino. Pero no me extraña son toda la familia igual, además….”
Al leñador le toco enganchar el caballo al carro he ir al pueblo a comprar otra hacha. Cada vez que veía al niño o a su familia se daba cuenta de que en ellos todo era sospechoso.
Desde luego, se decía el leñador, “es un niño raro: su mirada es torva y escurridiza, su sonrisa maliciosa su aspecto hombril y huidizo. Es un miserable ladronzuelo.
Pasó el tiempo y llego el frío invierno, en el cual era necesario no solo vender leña, sino también consumirla para combatir las bajas temperaturas.
Una tarde, al coger los troncos de uno de los montones del jardín, sus manos tocaron el gélido tacto del acero. Encontró el hacha debajo de unos leños. Saltó a su memoria que efectivamente avía dejado allí su hacha en el momento que el hijo de su vecino lo saludo cordialmente, desde el otro lado de la valla. Que después cogió los leños para cocinar la cena y… Efectivamente allí la había olvidado hacía tiempo.
Desde ese día, curiosamente, el niño del vecino empezó a caerle muy simpático. Tenía una mirada cariñosa, su sonrisa era franca, sus palabra s afectivas… incluso le llegó a comentó a su mujer: “siempre me ha gustado este muchachito. Es simpático y cariñoso. No me importaría tener otro hijo si se pareciera a él”.
SAQUE USTED SU PROPIA CONCLUSIÓN.
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